Hola amigos de la literatura,
Hoy toca terminar con la saga de Los juegos del hambre hablando del último libro, la precuela:
Balada de pájaros cantores y serpientes, de Suzanne Collins
Ya dedicamos la reseña anterior a la saga, y como decía al final del artículo, este último libro merece una reseña aparte ya que, a pesar de pertenecer a la saga, es una precuela y narra una historia muy distinta.
¿Y cuál es esa historia?
Pues la del presidente Coriolanus Snow.
El libro se sitúa cronológicamente en el verano de los décimos juegos del hambre, cuando el protagonista contaba con dieciocho años de edad.
Por aquel entonces, aún en el Capitolio se notaba el paso de la guerra y muchos habitantes no se habían recuperado de sus pérdidas, tanto económicas como de vidas humanas.
Los Juegos del Hambre no eran el espectáculo que suponen en el futuro. Básicamente recogían a los veinticuatro tributos de los distritos y los soltaban en la arena de un anfiteatro, con apenas unas cámaras que no conseguían captar nada fuera del círculo central, un puñado de armas y a esperar a que se mataran entre ellos.
En los distritos no se veían, muchos ni tenían televisión, con lo que lo único que sabían sobre los Juegos era que cada año se llevaban a un chico y una chica a los que no volverían a ver. El ganador era devuelto a su distrito, con las mismas, sin más recompensa que las pesadillas de la experiencia pasada.
La vigilante jefe de los juegos cree que eso no es suficiente, que hay que darle un nuevo enfoque para que el castigo de los Juegos sea ejemplar y los distritos no olviden nunca su posición y el poder que ejerce sobre ellos el Capitolio. Por ello involucran a los alumnos de último curso de la Academia para llevar a cabo un proyecto de mentoría. El primer año en el que los tributos contarán con un mentor.
En principio la función de los mentores (los alumnos) se reducía a completar una ficha con datos de sus tributos (si eran capaces de hacerles hablar) y presentarles en una breve entrevista en la televisión.
El joven Snow, cuya familia había caído en desgracia (y la pobreza) tras la guerra, necesita destacar y congraciarse con los poderosos, y como ingenio e inteligencia no le faltan, propone algunas novedades para hacer que los Juegos fuesen más populares, como que la gente del Capitolio pueda apostar por su tributo favorito, o que donasen dinero para ayudar a su tributo con comida que los mentores les enviarían a la arena.
La idea era buena, y se instauró. Por supuesto, no salió todo lo bien que cabría esperar, dado que era la primera vez y no se había preparado con el tiempo suficiente, pero sentó unas bases para futuras ediciones.
Por otro lado, la historia de Snow se ve entrelazada con la de su tributo, la chica del distrito 12, Lucy Gray. En la trilogía se menciona que aparte de Haymitch, en el 12 solo había ganado los Juegos una mujer que había muerto hacía muchos años, y esta es su historia.
No quiero desvelar más del argumento, pero es muy curioso cómo evoluciona y cambia la relación entre Snow y Lucy Gray, antes, durante y después de los Juegos, y cómo se va viendo la personalidad de un joven que por lo visto no está del todo clara y son los acontecimientos la que la van forjando.
Cuando una precuela está bien escrita me encanta, porque vas descubriendo partes del pasado, y muchas cosas que encajan con la historia futura que ya conoces, y esta en concreto está mu y bien.
Creo que la autora maneja con maestría las piezas que van encajando en la historia, y me encantan los pequeños detalles como la importancia de los sinsajos o la canción de El árbol del ahorcado. No diré más, si quieres conocer esos detalles tendrás que leer el libro, cosa que te recomiendo si eres fan de la saga.
Para terminar
El título le va que ni pintado, aunque antes de leerlo no sabes muy bien a qué puede referirse.
Me ha gustado más de lo que esperaba, y sobre todo la tensión y los giros del final, que a pesar de ser una precuela, y puedas pensar que ya sabes cómo va a terminar, en este caso es sorprendente y en cierto modo inesperado.
Un saludo, y gracias por leer estas líneas.
Iñaki A. Lamadrid